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martes, 18 de octubre de 2011

            

30 de agosto de 2010

Lo hemos pensado mejor, queremos aprovechar cada minuto, así que decidimos llenar el depósito de energía con una buena dosis de coca-cola y lanzarnos de nuevo a la calle. Solo hemos descansado media hora, no hemos dormido nada, preferimos aguantar y adaptarnos cuanto antes al nuevo horario.  

Mañana es el único día completo que estamos en Nueva Delhi, así que tenemos que ser prácticos si queremos ver los principales puntos de interés y decidimos contratar los servicios de un taxi en una agencia de viajes local. Después del regateo de rigor cerramos el acuerdo en el precio; 700INR ( unos 12 € ) por un servicio de 8 horas y además con aire acondicionado, imprescindible si no quieres morir en el intento. Barato?, Caro? … razonable!. Vendrán a recogernos a las 09:30 am a nuestro hotel. En la guía descubrimos después,  que un circuito de jornada completa por Delhi cuesta entre 13 y 24€, así que hemos conseguido buen precio. 

De nuevo en la calle ponemos rumbo a Connaught Place, porque nuestros estómagos están a punto de cobrar vida propia. Nos movemos en metro, no resulta nada complicado, aunque al principio asustan las largas filas, pero van bastante rápidas. Compramos los billetes por 6 INR, 0.09 € cada uno . Con el billete en la mano tenemos que pasar el estricto control de seguridad, cacheo incluido antes de entrar en el andén. Esa es la razón por las que hombres y mujeres hacen filas diferentes. 

Connaught Place es la zona comercial de Nueva Delhi y está en plena reconstrucción, así que pasear por la zona resulta un tanto caótico. Vemos un Mc Donals y Luis no ve ya ninguna otra opción más apetecible, es el primer día y no quiere arriesgar lo más mínimo, así que hamburguesa al canto…. Picante por supuesto…. A partir de ahora nuestros estómagos van a tener que acostumbrarse porque aquí pica hasta el agua. Es recomendable anteponer las palabras  “no spicy please “ y repetirlas dos o tres veces a la hora de pedir cualquier cosa que quieras llevarte a la boca. Siempre te responderán con una amable sonrisa porque para ellos la comida se clasifica en: picante o superpicante, no existe ninguna otra opción más. Esta última es solo apta para valientes porque se empieza a llorar antes de coger el tenedor y ya no paras hasta que terminas de hacer la digestión. Por algo India es el principal productor de especias.
Con el estómago lleno parece que el cansancio disminuye y eso nos permite continuar nuestro camino. Cogemos de nuevo el metro y nos bajamos en la parada de Chandni Chowk, una de las principales arterias de la ciudad, que se encuentra en un estado de permanente embotellamiento.

India es el segundo país más poblado del mundo con una población estimada de 1160 millones de habitantes. En Nueva Delhi, viven 18 millones,  así que estás obligado a compartir el mismo metro cuadrado con muchos de ellos a los que hay que añadir todo aquello que no está censado como vacas, cabras, bicicletas, coches, remolques, perros, rickshaws, zarandajas… así que podéis imaginaros el momento “zen” que vivimos como primera toma de contacto. Es una lástima que las fotos no puedan reproducir sonido ni emanar olores, porque ayudaría a entender más estas primeras sensaciones y lo que significa perderse por las calles de Delhi.
Tenemos que recordarnos que la mejor forma de disfrutar un viaje es mantener tu mente abierta. En nuestra mochila no caben los prejuicios ni las comodidades que rodean nuestra vida diaria. Sabemos que solo así puedes empaparte de la realidad de un país, de su gente, de su cultura, de sus costumbres. Si un viaje como este hace replantearte tu estilo de vida y descubrir que hay infinidad de formas de ser feliz, enhorabuena, porque habrás sabido disfrutarlo.

Después de andar esquivando gente, animales, tráfico, basura, riachuelos de aguas indescriptibles aderezados de olores inolvidables, llegamos a Jamad Masjid, la mezquita más grande de toda India. Para entrar debes vestir con decoro y dejar tus zapatos fuera. Desde una de sus puertas, puedes tener una bonita vista del fuerte rojo, nuestro 2º destino. Sabemos que los lunes está cerrado, así que nos conformamos con verlo desde fuera.

Estamos agobiadísimos por el calor y no paramos de beber agua para evitar la deshidratación, los olores resultan insoportables  y además empezamos a estar demasiado cansados. Decidimos coger un ciclorickshaw ( 100IR por 1 hora y media de trayecto). Aconsejamos dejar el arte del regateo para otra ocasión, porque los conductores de ciclorickshaws suelen ser los trabajadores más pobres y menos valorados, a pesar de lo duro de su trabajo.

Resulta toda una experiencia comprobar la habilidad con la que se manejan entre las calles más angostas abarrotadas de gente. Siempre guardaremos en el recuerdo la imagen de esos tendidos eléctricos y su inexplicable funcionamiento. Muchos de estos cables se pierden sin control en el suelo, sin ningún tipo de protección y en medio de algún charco que otro. No es de extrañar que todos los días aparezcan noticias de accidentes por electrocución. Las muertes por este motivo en India representan un elevado porcentaje. Así que no está de más mirar por donde se pisa.


Las calles son bulliciosas, están repletas de tráfico, animales, basura y gente. Todos gritan, todos venden, todos compran. Finalmente llegamos a un templo Sij y decidimos entrar. Abandonamos el rickshaw previo pago del dinero acordado acompañado de una pequeña propina. Y así es como encontramos un oasis de silencio en medio de tanto caos.


La religión sij es la quinta religión más numerosa del mundo, son monoteístas, rechazan el sistema de castas y las mujeres tienen el mismo derecho que los hombres. Entre sus señas de identidad destaca la norma de no cortarse nunca el pelo ( que recogen en enormes y coloridos turbantes ) y el precepto de ir siempre armados,  ya que uno de sus lemas proclama: “ Cuando un asunto no tiene remedio, es lícito desenfundar la espada”.
Arquitectónicamente hablando no es nada del otro mundo, y nos acogen con una cálida bienvenida. Es obligatorio quitarse los zapatos, cubrirse la cabeza y lavarse manos y pies antes de entrar en el templo. Yo voy equipada, Luis tiene que coger uno de los pañuelos que le ofrecen. Hay cientos de ellos y le va a tocar el de color rosa bebé con dibujitos en plata…., debe ser la última tendencia sij. Evito hacer comentario alguno, porque inmortalizo el momento sin piedad.
Nada más entrar, previo pago de una simbólica entrada, nos dan un plato de comida. Nuestra cara lo dice todo, y pensamos,  ahora ¿qué?… así que nos indican que podemos decidir si comerla o depositarla nuevamente en un gran recipiente, opción que escogemos sin la más mínima duda, porque intuimos que de esta manera hacemos lo correcto.
Están en plena oración. En el centro, ocupando un lugar privilegiado se encuentra una copia del Libro Sagrado, escrito por los propios fundadores de la religión. La lectura completa de este libro dura 48 horas y los fieles se turnan ante el micrófono para recitar los monótonos versículos. Como curiosidad, cuando un bebé nace se abre el Libro Sagrado al azar y su nombre comenzará por la primera inicial que aparezca en la página izquierda.


Tomamos algunas fotos por el exterior del recinto de oración porque dentro está prohibido, y cuando decidimos salir nos invitan a pasar a las estancias internas del templo. No lo dudamos y después de recorrer algún que otro tétrico pasillo, acabamos en una gran cocina. Todos están afanados en preparar comida en grandes pucheros.
Accedemos después a un enorme comedor. Hay cientos de personas sentadas con su cuenco delante esperando su ración. Son los más desfavorecidos, los que no tienen recursos, los que pueden beneficiarse de la hospitalidad sij. El comedor está abarrotado, pero aún así sorprende el orden y el silencio que se respira. Nuestra sorpresa fue mayúscula cuando nos invitan a compartir la comida con ellos.
Agradecemos mucho la invitación pero decidimos declinarla cortésmente, sabiendo que con este gesto, hoy dos personas más tendrán algo que llevarse a la boca. Nos dejan entrar en el recinto para tomar algunas instantáneas y abandonamos el templo con una agradable sensación, pensando que entre tanta miseria y pobreza,  hay alguien que se preocupa por aquellos que más lo necesitan.

Cogemos el metro de regreso al hotel, casi ni hablamos, nuestra mente está haciendo balance del día e intentando asimilar una a una cada sensación. Nos damos un baño en la piscina. Que lujo!!.Estamos tan cansados que decidimos cenar en el hotel. Caemos rendidos en la cama, miramos el reloj, … llevamos 36 horas sin dormir.














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